Comentario
Es probable que, por un lado, el nuevo hayib actuara como un verdadero soberano. Siguió desplegando una actividad militar considerable: dirigió dos grandes expediciones contra los cristianos en el 978, y tres en el 979. A partir del 978, mandó que se edificara una nueva ciudad principesca, enfrente de Madinat al-Zahra', al oeste de Córdoba. Los trabajos, en los que se usaron casi con seguridad materiales de construcción rápida, es decir tapial y no piedra como la ciudad califal, se terminaron en dos años. Trasladó allí todo el aparato central del Estado. Todo esto provocó la ruptura con su suegro, Ghalib, que siempre se había destacado por su lealtad hacia los omeyas. Las últimas cinco campañas que tuvieron lugar entre el verano del año 980 y el del año 981 fueron dirigidas más bien contra el jefe de la frontera que se había aliado con los cristianos que contra estos últimos. No hacía falta más pretexto para acabar con el viejo general, finalmente vencido y muerto en la batalla de Atienza en el verano del 981. A la vuelta, Ibn Abi Amir se engalanó con el sobrenombre o laqab sultaniano de al-Mansur, luego volvió a dirigir la guerra santa, llevando en el otoño del año 981 dos campañas contra la frontera occidental (Zamora y Portugal actual), descuidada desde hacía dos o tres años.
El ritmo de esta sorprendente actividad militar no disminuyó en los años siguientes, ya que hay datos de 55 expediciones de al-Mansur a lo largo de sus veintidós años de reinado. Las dos campañas más sonadas fueron las que terminaron con la toma de Barcelona en el 985 y con el saqueo de Santiago de Compostela en el 997. Esta incansable actividad de yihad victorioso era parte de una política reflexiva, la única capaz de procurar al dictador de al-Andalus la legitimidad que, por otro lado, dependía solamente de la decisión de un califa con la facultad de destituirle de su cargo de hayib teóricamente en cualquier momento. Sin embargo, sería inexacto entenderlo como un hecho puramente coyuntural. El Islam, en el que los ardores de guerra santa se habían apaciguado desde hacía tiempo, conoció en Oriente, con el Emir de Aleppo y Mosul Sayf al-Dawla, a mediados del siglo X (947-967), un cierto dinamismo militar frente a los bizantinos, asociado a una exaltación oficial de la guerra santa; en los mismos años en los que al-Mansur atemorizaba a la España cristiana por sus campañas victoriosas, los musulmanes de Sicilia, durante la dinastía kalbí de Palermo, inquietaron seriamente la Italia meridional. La gran victoria de Capocolonna que lograron luchando contra el potente ejército del emperador Otón II tuvo lugar en el año 982, tres años después de la toma de Barcelona. Unos años más tarde, en el extremo oriente del mundo musulmán, el emir de Ghazna Mahmud (997-1030) atacaba ferozmente la India del Norte que conquistó e islamizó.
A pesar de las precauciones para controlar la ciudad palatina de Madinat al-Zahra' -bajo estrecha vigilancia militar desde el principio- y para dominar la administración y el ejército, varias alertas revelan que la oposición al poder amirí siguió siendo peligrosa hasta el final. En el 979, entre la destitución de al-Mushafi de sus cargos y la victoria sobre Ghalib, una trama para asesinar a Hisham II y reemplazarlo por uno de sus primos desembocó en la ejecución de un alto oficial de palacio, Yawhar, el gran fata de sahib al-madina de Madinat al-Zahra' y de sahib al-radd Abd al-Malik b. Mundhir, famoso jurista, hijo del gran cadí de al-Hakam II, al-Mundhir b. Sald al-Balluti. Es posible que con estas ejecuciones Ibn Abi Amir buscara, a la vez, atraer la solidaridad de los fuqaha' malikíes, con gran poder entre la opinión pública. En el 989, Abd Allah "Piedra Sicca", gobernador omeya de Toledo, y Abd al-Rahman b. Muhammad, gobernador árabe tuyibí de Zaragoza, se pusieron de acuerdo con Abd Allah, el hijo mayor del dictador, irritado de la preferencia que demostraba su padre hacia su hermano Abd al-Malik, y organizaron un complot del que al-Mansur se dio cuenta a tiempo. Lo desmontó con su consabida sabiduría deshaciéndose de los conjurados unos tras otros. En el año 996, se habló todavía de un golpe de Estado legítimo, tramado por Subh, que restablecería al califa sus derechos. Curiosamente, el período transcurrido entre los años 368-377/978-988 fue marcado por un gran vacío en la emisión de moneda, que disminuyó hasta casi desaparecer. Durante este período se afirmó, no sin violencia, el poder de Ibn Abi Amir, a pesar de las resistencias mencionadas más arriba. Aquí también se tiene la tentación de ver en esta evolución de la actividad monetaria un efecto de la crisis política que se produjo en el país o al menos el efecto de una política deliberada cuyas razones se nos escapan.
En una tesis y un artículo recientes, Marie Geneviéve Balty-Guesdon propone una interesante interpretación de las célebres Clases de médicos de Ibn Yulyul -redactadas a petición de un miembro de la familia omeya de Córdoba y acabadas en el 987 ó 988- que considera la obra claramente favorable a la dinastía legítima y hostil a la afirmación del poder amirí. Si esta tesis, que se basa en argumentos bastante convincentes, fuera exacta, confirmaría la idea de que el mayor poder de los amiríes suscitaba también la oposición en ciertos ambientes intelectuales. El proceso abierto contra Abd al-Malik b. Mundhir por herejía y su posterior ejecución tuvo lugar al comienzo del ascenso del amirí en el año 979 y fueron implicados y molestados otros sabios interesados en la teología, la filosofía y la lógica en la trama destinada a devolver el poder a los omeyas. Sabemos que al-Mansur llevó a cabo una depuración de las grandes bibliotecas que había reunido el califa al-Hakam II y ordenó destruir todos los libros que trataran de las ciencias que los doctores malikíes y la población consideraban subversivas o ilícitas. Ibn Yulyul no mencionó en su historia de los médicos a los que formaban parte del entorno de al-Mansur y tomó indirectamente posición contra el régimen amirí afirmando que en Oriente, bajo el poder de los buyíes, no se había producido en el campo de la medicina nada que mereciera ser mencionado porque los gobernantes no eran reyes ni hijos de reyes, preocupados por la ciencia. Es clara la alusión al hecho de que al-Mansur no era rey ni hijo de rey y su política cultural, al contrario de la de al-Hakam II, sólo pretendía no contradecir los estrechos puntos de vista de los doctores malikíes.
Aparte de la represión de la oposición y de esta política netamente conservadora de los valores tradicionales, la actuación interior de al-Mansur apenas se conoce. Se tiene noticia del conjunto de reformas que impuso a la organización militar de al-Andalus cuya naturaleza exacta y alcance no es fácil descubrir. Por un lado, habría librado a los andalusíes del servicio militar a cambio de nuevos impuestos que le permitirían intensificar el reclutamiento de tropas mercenarias, beréberes o saqaliba, y por otro -cosa que parece algo contradictoria con lo que precede- habría roto la coherencia de las antiguas uniones tribales del viejo yund árabe creando nuevas estructuras en las que los yund/s de diferentes orígenes se mezclaban. Su deseo de desarmar a la oposición cada vez más amenazadora de los cuadros árabes y de su clientela que habían dominado hasta entonces al Estado cordobés le habría dictado esta política.